EL JUEGO EN LA VIDA DE LOS NIÑOS Y NIÑAS
Jugar para SER - María del Rosario Rivero Pérez
Jugar es una palabra bella y poderosa. Ante la invitación al juego, ningún niño, salvo que esté enfermo se
puede resistir ya que constituye una necesidad vital, como moverse o respirar. Así de importante, así de
necesaria.
Lamentablemente es una palabra que se va desvirtuando cada vez más. Es común escuchar “juego libre y
juego dirigido”. Esto genera confusiones ya que el juego es libre, si no, es otra cosa, pero no juego. Decir
juego libre equivale a decir fuego caliente.
Esto se relaciona y tiene que ver con un tipo de educación más centrada en dirigir, en donde se ha valorizado
la obediencia por sobre la creatividad. El sentido de la educación infantil es permitir que cada niño pueda
desarrollar su personalidad logrando ser ellos mismos.
Y es en este camino, que en aras de la excelencia académica, se ha ido convirtiendo a nuestros niños menores
de 7 años en ejecutivos precoces que deben cumplir fuera del horario escolar agendas recargadas con clases
de idioma, deporte, refuerzo académico, sin hablar de aquellos a los que se les diagnostica problemas de
aprendizaje que obligatoriamente tienen que realizar algún tipo de terapia a riesgo de perder la vacante en la
escuela.
Es decir que con las mejores intenciones estamos privando uno de los derechos fundamentales de la infancia,
privándolos incluso de vivir la propia infancia.
Este tipo de pedagogía ha enfatizado la idea de “jugar para aprender”, subordinando el sentido profundo y
esencial del juego que es jugar para SER. Jugar, es uno de los instrumentos privilegiados en este proceso
complejo de constitución de la identidad. En muchas instituciones podemos oír: “Juguemos a que nos lavamos
los dientes, juguemos a que hacemos sumas o a que ordenamos el salón” engañando a los que están siempre
dispuestos y animados a jugar.
¿Por qué entonces es tan importante y urgente jugar en la primera infancia?
Porque a través del juego, se incorporan las nociones básicas acerca de sí mismos, de los otros y del mundo,
aprenden a conocer y dominar su cuerpo, a orientarse en el espacio y en el tiempo, a manipular y construir, a
establecer relaciones con otros, a comunicarse y a hablar. (Chokler).
El niño juega porque de esta manera consigue ingresar a un espacio en el que sus sueños, sus deseos
profundos, sus temores o ansiedades se manifiestan y se elaboran, se expresan y se resuelven de manera
creativa, individual o colectivamente. Como expresa Aucouturier: Jugar es una manera de ser y estar en el
mundo del niño hoy, aquí y ahora.
Es importante ofrecer materiales que les permitan experimentar, recrear a su forma y a su tiempo, a producir
por sí mismos ciertas actividades simbólicas que enriquezcan su acción. En un ambiente seguro ellos toman
por sí solos las propias decisiones a partir de la propia iniciativa lo que les permite transitar sus propios
caminos y encontrar de manera original respuestas a los conflictos que se le presentan cotidianamente.
Otra idea que nos aporta el Instituto Pikler es que los bebés y los niños necesitan jugar solos. Jugar con los
adultos es una importante forma de relación, pero la alternancia con el jugar solo permite que el niño elabore
este crucial proceso de personalización.
Me gustaría terminar con esta frase cuyo autor desconozco: Abramos nuestra mente al juego, abramos el
juego de nuestras ideas, abramos nuestra imaginación para encontrar caminos, abramos nuestras puertas
cerradas y permitamos no sólo al niño que llevamos dentro, sino también al adulto que somos jugar con la
idea que otro mundo es posible….”.

Comentarios
Publicar un comentario